Esa noche... Noche de Julio
Noche INVIERO. Bolita Lucecita.
Y tan tan tan Bola de luz azul
Y la noche NARANJA te envuelve
PsicODEliA primera.
No me apaguen la LuZ.
Quiero verLA - VERTE.


Febrero, dosmildoce.




Dosmildoce.
Sencillamentecomplicado
Sobriamenteescondido
Asustadodetrásdetodo
Yungestounabrazounacaricia
Caricia de esas
                        Cariciadeesasque rescatan
Detodotodotodo...
Ydetrásde todobeso
            detoda caricia
besocariciaescondidomuy
Asustadatebeso
complicando  Destino
                      Caricias
                      Beso *

24 febrero 2012

Fragmento descriptivo de Viaje en Moto.


Felicidad absoluta. Poder cantar, total no se escucha. Perfección absoluta, el peso aún no cansa y el sol todavía no quema. Hasta ver que sólo se recorrieron unos pocos kilómetros y la desesperación te embarca. Falta mucho para llegar a destino. La piel comienza a arder, la columna se siente. El cuello molesta, el casco aprieta. La piel del cuerpo comienza a humedecerse. Una deja de tener el control, deja de cantar y de sonreir. El sol fulmina. Pareciera que te apunta especialmente con un rayo y que piensa 'hasta que no caigas no paro'. 'Faltan cinco kilómetros', escuchás cuando estabas a punto de creerte muerta y en el infierno. No eran cinco. Eran los doce kilómetros más largos de tu vida, con el cerebro a punto de explotar dentro del plástico del casco, tras el telgopor y la tela, tras el pelo, el cu‏ero cabelludo y el cráneo. Y cada piedrita, por más minúscula que sea, que es dejada atrás por la rueda rebota entre las neuronas haciéndote desear arrancarte el cerebro a pedazos, pero no lo hacés por que las manos están acalambrádas de agarrarse y la espalda no puede enderezarse y las neuronas, de tantas piedritas y pedrotas, ya no hacen sinapsis.

Enero o febrero de 2010.

En ese sillón gris.


En ese sillón gris, del cual cada vez que se sentaba en él salía una gigantesca nube de polvo. En ese sillón gris él se sentaba, olía el polvo. Olía el polvo y se acomodaba. Miraba a la nada, se acomodaba y sacaba un fósforo de la caja que tenía en la mesita con el mantel de encaje, se sacaba el cigarro de detrás de la oreja y lo encendía. Fumaba una seca, dos, diez, veinte. Lo apagaba en la taza del café que se había tomado en el trayecto desde la cocina hasta el sillón gris y que había dejado apoyada en la mesita con el mantel de encaje. La ceniza crujía, al mojarse con los restos de café. Él disfrutaba especialmente de ese sonido, y ni bien lo sentía podía comenzar su tarea.
Se ponía de pie, comenzaba a caminar de un lado a otro, tomaba un libro de un estante, lo abría en alguna página marcada con un papel, con una cinta o simplemente doblada en la punta y recitaba el párrafo redondeado a lápiz en voz alta, una vez, dos, diez, veinte. Cerraba el libro de golpe, lo devolvía al estante suavemente o lo tiraba por los aires, se sentaba nuevamente en el sillón gris, previamente habiendo tomado la pluma y el cuaderno y comenzaba a escribir.
Escribía durante horas, sin levantar la vista del papel, sin percibirme. Eso me gustaba, pero lo sufría bastante. Sufría la sombra impenetrable que lo rodeaba, su caparazón para esconderse del mundo, para que el mundo no lo lastime. Por que ya lo había lastimado demasiado, tal vez.
Me daba la espalda. Siempre igual. Preparaba el café y lo tomaba sola, sin esperar a que yo agarrase siquiera mi taza. Entonces me lo tomaba rápido, para no molestarla, de camino al sillón. Me arrojaba en él y siempre esa puta nube me envolvía. Me aspiraba todo el polvo como diciéndole ‘cuándo te dignarás a aspirarme esto’ pero no me entendía. O no quería. O ni me miraba.
Me gustaba mirarla mientras escribía, cómo ella leía, pero la miraba furtivamente, sin que lo note. Durante mucho tiempo le declaré todo mi amor a viva voz, y ella también lo hacía. Ahora no me dice más ‘te amo’. Supongo que dejó de quererme, lo mejor que podría hacer es dejarme, pero ya no tiene a nadie. Tendría que humillarse demasiado, no puede. Yo la sigo amando, pero no se lo digo para no presionarla.
Efectivamente. Todos tenían razón. Cómo puede ser que creí cualquier cosa. Me siento estúpida, pero sobre todo por seguir amándolo. ‘Acá estoy, soy tuya, vivo sólo para vos’. Nunca entendería eso, a pesar de que él dijo sentirlo alguna vez. Quisiera huir y poder olvidarlo, eso ya no es posible. Primero, no lo olvidaría. Segundo, ya estoy vieja. No vieja, sí avejentada. Me siento gris, apagada. Hace tiempo que no leo nada nuevo. Siempre lo mismo. Peor aún, ni siquiera lo mismo que siempre me ha gustado mucho, sino lo que me hace amargar aún más, como la gramática espantosa de Artl, la sencillez del lenguaje de Lewis, la intrincación imposible de Mead. Saramago me ha abandonado, también mi Úrsula y Bodoc. Ellos se fueron, se perdieron en algún lugar de mi corazón que ya no vive, sus palabras que me hacían volar, soñar, reir se han ido, no puedo encontrarlas. No es que haya perdido sus libros, están ahí, en la biblioteca... Pero no me puedo acercar a ellos, no puedo tocarlos. Él debería darse cuenta de mi oscuridad. Estoy empezando a odiarlo, no me ve.
Podría dejarla yo... Pero no tengo las fuerzas. Supongo que amo pobremente, por que si mi amor fuera inmenso la dejaría para que tenga una mejor vida, con alguien con quien ella quiera estar... No entiendo que hace leyendo a Lewis otra vez. Si siempre lo odió. Pero que ni se me ocurra decirle algo, se pondría como una fiera.
Quiero abrazarla... Quiero tocarla, besarla toda, volver a verme bello en esos ojos azules como la más cerrada noche. Debería hacerlo. Ya mismo.
Uh, acá viene... No quiero hacer nada. Su cara está extraña. ¿Qué es esa mueca? ¿Un intento de sonrisa? No, no puede ser, él hace tiempo que ya no sonríe... Es una sonrisa, no puedo creerlo.
Me ve llegar y se pone de pie. Ese ceño tan fruncido me asusta. Sigo. Un paso más. Dos. Pongo mi mano en su frente. Aflojo la tensión.
¿Esa mirada es amor? Lo atraigo hacia mí. Responde, dócil, como antes. Antes de que pueda darme cuenta lo beso.
Me besa, me besa como antes, como siempre, mi mujer, mi amiga, mi compañera ha vuelto. Ha vuelto ya. ¿O acaso he vuelto yo? Creería que ambos.

Junio 2011, y antes.

Lejanamente inimaginable, consistente aquí solo aquí en esta cabeza
como un aliento extraño que sólo siente quien duerme despierto
como un ser que envuelve participando a todo de sí.

La fuerza que está que es viva que da vida que nos mueve
que hacer nacer a la semilla
que es la flor allí albergada.

Consistente quizás no sólo aquí.

12/02/2012

Sueño envolvedor, suave, silencioso...
que adormece, danzando entre mis brazos, mis piernas, mi sexo.
Sueño como un viento cálido, viento de un recuerdo borroso.
Y me descuelgo del recuerdo preguntándome hoy.
Hoy hoy hoy anclado en ayeres y mañanas.
Recuerdo hecho presente, presentándose minuto a minuto.
Y ese viento recorriéndome, dándome impulso
impulso alas volar. Alas para volar.


23 febrero 2012
Expansión. Dela punta de las uñas de mis dedos de los pies siento fluir, fluir, fluir... hacia los dedos de mis manos, liberadores. Hacia mi cabeza, estallante en luz, proyectiva.
Y libre, libre, libre corro dentro de mi cuerpo inmenso, sin cárceles.
No necesito valles y Heidi y abuelo, tengo luz y los tengo en mi cabeza.
No necesito a Kalessin para sobrevolar Terramar en su lomo, tengo imaginación y convicción.
La luz se expande en nosotros compañeros.
Somos dueños. Somos historia.
Focos de luz, el cambio que se viene.
Imparables.
Iluminemos todo todo todo alrededor, no nos quedemos con nada, sumámonos en la oscuridad maravillosa del haber agotado la luz en generar más fuentes infinitamente poderosas.

Giu, trece de enero de dos mil doce.