Luz.

De algún modo sabe que está. No puede verlo, pero cree haberlo visto alguna vez o haber escuchado hablar. Los que con él conviven en ese cuerpo no le creen, lo golpean y le dicen que no es posible, que si realmente existiese el ácido no los carcomería constantemente, que no sueñe, que está prohibido.
Él busca el reflejo. Él, cerca del corazón, lo encuentra. Él, entra a la Luz. Ya no hay nadie conviviendo con él; los demás murieron en la oscuridad. Quedó él, sólo él, el que descubrió la Luz, sólo él habitando el cuerpo.

Giu, diecinueve de enero de dos mil once.

Retomando el eje.

El Comienzo

En el borde del abismo debo decidir si salto.

Los temores me atan al suelo como una enredadera que nace en el centro de la Tierra.
Intento despegar los pies del piso.
Hago fuerza y más fuerza y la unión se resiste.
Finalmente puedo. Ya no me ata nada.
Ahora puedo lanzarme.
Y no lo hago.
Giuliana, viernes seis de marzo de dos mil nueve.

Borde.
Al borde del abismo, ya lo dije, debo decidir si salto...
pero que horroroso es estar al borde...
mas preferiría estar cayendo, o kilómetros antes de la linea.
Giuliana, diez de junio de dos mil nueve.

Estar cayendo no era como creía, una caída libre y continua. Estar cayendo es ir golpeándose contra todas y cada una de las salientes de piedra, enredándose en todas y casa una de las raíces, cortándose con cada objeto que se cruza, mientras seguís cayendo y la luz se olvida de llegar a vos, ya no ves, cada golpe te toma por sorpresa y te duele más que los anteriores. Te olvidás de los colores, del sol, del calor. Te olvidás. Y caés.

Giu, dieciocho de enero de dos mil diez.

Sueño (IV).

Acostada en mi cama no quiero levantarme nunca jamás. Me retuerzo bajo todas las frazadas que encontré, sofocada, intentando asfixiarme. Las sábanas no quieren asesinarme, tampoco el colchón. Ruego que la muerte llegue pronto, pero en su lugar logro dormirme, después de cinco horas de suplicio, lágrimas, manos y dedos desesperados en el cuello, la boca, la nariz. Me duermo por fin y sueño con una niña de trenzas y fequillito que rie mientras dibuja corazones y princesas y hadas y castillos. Veo crecer a la niña, dejar de serlo, seguir siendo feliz. De repente es una viejita que lee un largo cuento sobre tierras lejanas a cinco niños que la escuchan con atención. Eso quiero. Dormirme hoy y despertarme nunca o en cincuenta años. Me despierto y pongo todas mis fuerzas en volver a dormir, quiero seguir soñando. Por favor, imploro al día, no empieces por favor, no tengo fuerzas para enfrentarte. El día empieza igual. Otra vez tengo que caminar arrastrando los pies y agachando la cabeza.

Giuliana, dieciocho de enero de dos mil diez.

Mierda.

Y se cortó la panza con la cuchilla de carnicero, corrió los órganos que no le interesaban y arrancó los metros y metros de intestinos de su cuerpo, dejándolos tirados por el piso. Cosió la panza sin llorar con hilo y una aguja muy gruesa. Se extrañó de no sentir alivio. Se miró al espejo y: estaba rota para siempre, estaba muriéndose y todavía seguía llena de mierda.

Giuliana, dieciocho de enero de dos mil once, como a las seis de la mañana. Maldito insomnio.