No hay nada.

Esa esperanza... Esa chispa que se prende. Se ve como un incendio; Pero derrepente, mágicamente, desaparece.
Basta, basta, basta. No quiero creer más. No quiero creer en ningún nuevo brote verde en la tierra seca. No quiero creer en ninguna caricia en los puros insultos. No quiero creer en nada, en nada de lo que me digas, de lo que me digan, de lo que me diga.
La esperanza infundada, después me desarma. Las caricias deseadas, después me defraudan. Descreer.
No estoy, no lo creo. No soy, no lo creo.
No creo siquiera en este papel, que sostengo en mi mano, apretándolo, estrujándolo, como si quisiera que de él salga un mundo, un nuevo mundo en el cual vivir, pero vivir de verdad, pudiendo ver, creer, saborear.
Quiero una verdad, ya no quiero más tinieblas. Por lo pronto dejaré de imaginar que todas esas sombras tienen Luz. No sólo eso, simplemente dejaré. De imaginar. De pensar, de sufrir.

Giuliana, martes treinta y uno de marzo de dos mil nueve.

HIJA.

escrito por mi abuela, Silvia Hebe Levitt (mil novecientos cuarenta y cuatro - mil novecientos ochenta y uno), el día veintitres de abril de mil novecientos setenta y seis.

Vos vas a ser. Estoy segura.
Vas a tener también
lo que hace falta para ser.
Yo te daré muy poco.
La posibilidad de caminar
sin indicarte el rumbo.
La apertura de los ojos
sugiriendo los vestigios
de universos diversos que se ven
al perforar los lienzos.
Pero serán los universos tuyos
los que inventes
los que encuentres.
Tendré que transmitirte algunos nombres
sólo para que vos los reconstruyas
amases y moldees
en tu fragua individual
secreta e inviolable.
Vas a sentir una seguridad.
La de tenerte sola
con el solo compromiso
de vivir sin negar las otras vidas
en el culto soberano de las ganas.
Y vas a adivinar
desde mis propios juegos
los juegos
en que todos los senderos cuadra a cuadra
se reordenan en deltas fibrilosos
inseguros.
Yo sé que vas a ser.
Pero no qué ni cómo.
Vas a ser vos.
Es suficiente.

Máquina.

Veo llorar tu rostro
Historias de un tiempo sin fin
Fines de una historia sin tiempo
Tiempos de un final sin historia.
Veo llorar tu cuertpo
Dolores de un querer perdido
Pérdidas de un dolor querido
Quereres de una pérdida dolida.
Veo llorar tus ojos
Agua bendita que te cubre
Capa de lágrimas que te bendica
Bendición encubierta que te ahoga.
Veo llorar tu mente
Ideas gloriosas sin mundo
Mundos ideales sin gloria
Glorias mundiales sin ideal.
Y me veo enfrente tuyo
Hablando sin llenar vacíos
Vaciando sin palabras llenas
Llenando sin vaciar palabras.

Giuliana, veintiseis de marzo de dos mil nueve.

Vacío.



Alas con las que no puedo volar.
Pensamientos que más allá de mi cabeza no pueden llegar.
Y mucho vacío y Obscuridad.
Que lejos estás.

Giuliana, octubre de dos mil ocho.

Identidad.

Necesitaba el dinero. Ya sé que estuvo mal, muy mal, pero… él tenía mucho y no lo usaba… y su vida ya llegaba al fin… En realidad yo sólo le di... un impulso, un empujón.
Con esos millones en la bóveda… ¡Sin compartir nada! Viejo tacaño. Se lo merecía. Además no sé quién me dijo, en esas largas noches de espera que pasé sentado en el pasillo de la clínica, que el viejo estaba sufriendo. Por lo tanto le hice un favor… No, en realidad no, porque antes de eso yo ya sabía lo que iba a hacer.
Lo tengo planeado hace mucho. Cuando mi amigo, Jorge, se fue a vivir al extranjero, me ofreció quedarme en su casa, ya que yo estaba sin hogar y el muy bien económicamente. Acepté, muy agradecido, y Jorge se marchó. La primera semana fue placentera, yo, acostumbrado a mendigar, ahora vivía en una mansión, con gente a mi servicio, inclusive. Pero el día ocho de mi estadía en la casa de Jorge llegó una carta. Su abuelo, Eufemio, había enfermado gravemente. Requerían a Jorge, inmediatamente, en la clínica. Llamé a Jorge y le conté lo que decía la carta y me pidió que, como el estaba con unos problemas de salud y no podría viajar, me hiciera pasar por él, ante el abogado. Primeramente no quise aceptar, pero como Jorge insistía, finalmente cedí.
Fui al hospital. Di el nombre del viejo y me llevaron con él. En una habitación lúgubre estaba él. En una gran cama, con sueros, respiradores y miles de cables saliendo de su cuerpo. El abogado me pidió mi nombre y di el de mi amigo. “Bueno, señor, como es usted el único heredero de la fortuna de Eufemio es su deber cuidarlo hasta su muerte, o, de lo contrario, el dinero quedará en el banco.”
Desde ese día estuve, todas las noches, fielmente apostado a los pies de la cama del viejo, durmiendo en una silla, y durante el día, me encargaba de los trámites y medicamentos de Eufemio.
Una tarde, cuando volvía a la mansión a buscar ropa, porque volvería a pasar la noche en el hospital, había una carta en el buzón. “Raro”, pensé, ya que la única que había recibido desde que estaba allí fue la del abogado sobre el viejo. La abrí, intranquilo, y al leer su contenido me desmayé. Cuando recobré el conocimiento sentía nauseas, Jorge había muerto.
Ahora yo era Jorge…


Giuliana, dos mil cinco.

Señores con Casco

Córdoba, 26 de febrero de 1979
No sé qué pasa. Hace una semana fui lloriqueando hacia mi mamá porque hacía media hora que debía haber empezado “el Capitán Piluso”, y yo no podía tomar la leche así. Mami me abrazó y consoló hasta que mi puchero cesó. De repente la cara de mamita se ensombreció. Me preguntó por la hora. Las seis, respondí; hacía unas semanas papá me había enseñado a leer el reloj de agujas. A mamá le tembló el labio. Hacía algunos meses, que ella estaba nerviosa todo el tiempo, al borde del llanto. Yo no entendí el porqué y mis papis no se esforzaron en explicármelo. Escuche a mi mami decir algunas cosas incoherentes para mí, como “lo encontraron”, “terminó todo” o “no puede ser”. Cuando le pregunté qué pasaba me respondió que papito se había demorado un ratito. Me pareció que ese ratito era medio largo, por la reacción de ma, así que fui a la heladera y me fije en el papel en el que papá me había dibujado los horarios de toda la familia con relojitos. Papá, ese día, tenía que regresar a las tres. Un ring a mi lado me sobresaltó. Era el teléfono, así que agarré el auricular y se lo llevé a mamá, que estaba tumbada en el sillón, con la cabeza entre los almohadones. Levantó la cara, al escuchar el teléfono y lo tomó sin pronunciar palabra. Escuchó lo que le decían del otro lado y en su rostro, que por cierto estaba rojo, se dibujó una hermosa sonrisa. “¡Estás bien!” Susurró y me ordenó que valla a mi habitación. Yo obedecí, pero cuando estuve allí tuve deseos de espiar a mamá por el otro teléfono. Primero pensé que eso era incorrecto, pero la curiosidad me venció. Fui sigilosamente a la habitación de papá y mamá y descolgué el teléfono, haciendo el menor sonido posible. Escuché casi toda la conversación, aunque entendí menos de la mitad de las palabras, cuando el reloj despertador de papá comenzó a sonar. Supongo que mis papás lo escucharon, porque mamá dijo que debía colgar y subió la escalera como una estampida. Con la cara pálida (el tono morado se le había ido) me preguntó si había estado escuchando. Tuve que decir la verdad, deseoso de encontrarme en cualquier otro lugar. Mami dijo algo de la decepción y me mandó a mi cuarto. Yo fui sin chistar, triste como nunca. Mamá no me había dicho jamás que la había decepcionado.
Hasta ahora pasaron los días, pero no tranquilos, sino cada vez peores. Papá está eximiado, o algo parecido. No puede venir a casa porque por su trabajo le pueden decir algo... es podítico, creo. Mamá no me deja ir más a la plaza ni a lo de mis amigos, dice que es peligroso. Recibe extrañas llamadas a cada hora, algunas la alegran, otras la deprimen. También llegan cartas. Mami no me deja leerlas. En realidad no me deja hacer nada. Que suerte que estamos en vacaciones, sino creo que ni al colegio me dejaría ir. Le tiene miedo a todo. Me advirtió de unos señores con cascos y sus autos Falcon verde platinado. Si veo cualquiera de estas dos cosas tengo que correr a refugiarme al ropero del baño. Si, por cualquier motivo, salgo a la vereda y un señor con casco me pregunta algo tengo que decirle lo menos posible y salir corriendo hacia casita. En casa ya no se ve más la tele, mami no quiere.
Son las tres de la madrugada. Estoy aburrido y no me puedo dormir... miro el techo... Suena el timbre. Mami se levanta rápido, se ve que ella tampoco dormía. Mira por la ventana y lanza un grito de horror. Las lágrimas se desprenden de sus ojos, que últimamente están acostumbrados a estas compañeras. Ella sube, veloz, y, susurrando, me pide que me esconda. Voy al armario del baño, me encierro. Ma baja y se esconde en la cocina. Espera. Se siente un golpe fuerte, precedido de muchos timbrazos. Escucho voces de hombre en mi casa. ¡Si mami no les abrió no pueden entrar! ¿Qué pasa? Escucho que insultan a mamá. “Puta, lo vas a terminar delatando, adelantá las cosas.” Mamá grita. Los señores que no se ocupan de sostener a mamá comienzan a revisar la casa. Yo veo todo esto porque salí de mi escondite y estoy espiando en la escalera. Un señor se me acerca, me ve. Me agarra de los pelos y me lleva con los otros. “A ver si así no hablás” le dicen a mami. Me pegan. Me duele mucho, pero no grito. Estoy muy triste. Mamá pide pidad, no sé qué es, pero no se la dan. Me golpean cada vez más fuerte. Mamá da un alarido y les dice dónde está papá. Ellos se ríen. Se escucha un disparo, mamá cae al piso. Escucho otro. No sé qué más pasó.


Nicolás y Giuliana, dos mil cinco.

Alas.



Giuliana, enero de dos mil nueve.

Libertad.

Un disparo oscuro y la Sombra cayó. Su cuerpo se estremeció al sentir el peso de la Libertad, ya la Sombra no la seguiría a donde fuera. Era Libre y no sabía que hacer con ello.
Comenzó a caminar. Ojeó los caminos antes vedados pero no se aventuró a ellos. Divisó los lugares antes prohibidos pero no se acercó a ellos. Quedose quieta e indecisa.
La Sombra, que había quedado lejos, se movió.
Ella volvió a caminar.
La Sombra dejó de moverse.
Ella se detuvo. No sabía adonde ir.
La Sombra se incorporó.
Ella siguió quieta. Como nunca había decidido no sabía cómo hacerlo.
La Sombra ya estaba lista para volver.
Ella se sentó. Ya se había aburrido.
La Sombra le tocó el hombro. Ella le dió la mano.
Ahora volvía a estar atada a la Tierra. Y cuán cómoda se sentía.

Giuliana, treinta de marzo de dos mil nueve.

Mujer de Espaldas.



Giuliana, enero de dos mil nueve.

Ladrón de mi Cerebro.



Giuliana, diciembre de dos mil ocho.

Lineas.



Giuliana, febrero de dos mil nueve.

Árbol de la vida.



Giuliana, diciembre de dos mil ocho.

Felicidad.



Giuliana, diciembre de dos mil ocho.

La Mujer.



Giuliana, diciembre de dos mil ocho.

Cadáver bailarín.



Giuliana, veintisiete de marzo de dos mil nueve.

Soledad


Miradas que no tocan.
Palabras que no acarician.
La Soledad es absoluta...
Sería feliz si no supiera que me faltás.

Giuliana, veintisiete de marzo de dos mil nueve.

Humo.



Giuliana, veinticinco de marzo de dos mil nueve.

Inspirado en:
"La Luz
el olor del tabaco
el humo blanco que sube
tu cuerpo
o esa ilusión persistente
me nombran por ahora."

de Guillermo Ricca

Desesperación.



Giuliana, diciembre de dos mil ocho.

Alturas.



Quien ve desde lo alto
puede ver en perspectiva.
Puede ver todo de otro modo
y, aún así, decidir saltar.

Giuliana, veintiseis de marzo de dos mil nueve.

Defensores de la Moral

Esto es para todos aquellos policías que andan dando vueltas, vigilando a todos, cuidando las apariencias. Todos aquellos que hacen las cosas bien, a quien no tenemos nada que reprocharles. Todos aquellos que cumplen debidamente con la ley, el gobierno y sus vecinos. Todos aquellos que no pueden ser felices en esas cajas en las que viven.
¿Para quién vigilan? ¿Reciben alguna recompensa después de hacer su trabajo? ¿Creen que cooperan con el orden?
Porque, al fin y al cabo no lo hacen para defender algo superior, una verdad, un ideal, una moral. Lo hacen para recibir aplausos (de nadie), para ser vistos como correctos (por nadie), para ser buenos ciudadanos (para nadie). Simplemente no toleran la felicidad ajena. No la pueden ver. Es asquerosa, vomitiva, incorrecta. Ser feliz parece ser amoral.
Y tan insoportable se les torna ver a otros felices que se esfuerzan y esfuerzan y logran encontrarle la vuelta al porqué esa felicidad va en contra de la moral. Y se esfuerzan y esfuerzan y, muchas veces, logran destruirla.
Perfecto, entonces nadie es feliz, todos somos iguales y todos podemos abocarnos a defender esa moral que no existe, en una sociedad que no lo es, para un dios invisible e imposible.
Los felicito.

Giuliana, veintiuno de marzo de dos mil nueve.

QuererPoder

No puedo verte, besarte, olerte.
No puedo llorar, gritar, matar.
No puedo demoler, destruir, construir.
No puedo extrañarte, añorarte, recordarte.
No puedo, no puedo, no puedo.
Quiero escaparme para siempre
Quiero poder apretarte, atarte, desgarrarte.
Quiero poder sollozar, bostezar, ahogar.
Quiero poder reinventar todo el tiempo, todo,
Sin pensar para atrás.
No puedo, no puedo.

Giuliana, quince de marzo de dos mil nueve.

Cadáver Exquisito 2

El aire de tu voz me llama desde lejos.
Pero trasciende. Trasciende sin trascender.
Pero tu silencio roza el infinito de tu aliento.
Pero se cae en padazos. Finita infinitud.
Pero la brisa de tus años rozan mi tiempo.
Pero va más allá de las apariencias.
Pero me duele la distancia de tu aliento.
Pero trasciende. Sin hacerlo. Y va más allá. Sin ir.
Pero no existe el aliento sin viento, ni tiempo.
Pero es el Universo. Parte del Logos. Y lo es.
Pero, perdón... viento, alma, algo que se extraña.

Rodrigo y Giuliana, septiembre de dos mil ocho.

Cañerías

Sentí los estropeados y antiguos caños crujir. Sentí el agua chorrear por mi cabeza cuando la cañería cedió. Sentí los gritos de mis vecinos.
Entré al ascensor y marqué la planta baja. Cuando llegué comencé a bajar las escaleras hacia el sótano.
Me quedé ahí hasta que el agua me llegó al cuello. Salí, sigilosamente, y comprobé que todos los habitantes del edificio se habían ido, sólo quedaba una mujer en el quinto piso, así que la ayudé a bajar por las escaleras, porque los ascensores ya no funcionaban y la conduje a la vereda, a salvo.
Cuando no hubo nadie que importunara en mis planes volví al sótano. El agua ya llegaba al techo, así que entré nadando.
Divisé una silla a lo lejos, gracias a la escasa luz que entraba por una ventanita alta, y fui hacia ella. Ese recorrido fue tortuoso, porque ya no me quedaba más aire y no me llegaba oxígeno en el cerebro. Cuando logré llegar a la silla ya casi no veía. Me senté en ella y me até las manos. Y esperé.

Giuliana, dos mil cinco.

No te encuentro.

No te encuentro.
Te busco...
Pero no te encuentro.
¿Dónde estás?
Busco por todos los lugares donde podrías estar...
Pero no.
En todos esos lugares reinan la soledad y el vacío.
No estás...
¡Pero no pudiste haber desaparecido!
Te sigo buscando y...
¡Te veo!
Pero... no sos vos.
Algo extraño te cubre.
Una tela.
Opaca y descolorida.
Nunca la había visto.
Ese no sos vos.
Te extraño.
Pienso que estás ahí, debajo de eso.
Trato de descubrirte.
Está pegada.
Ya está todo perdido.
Nunca volverás.
A veces creo ver algo tuyo en ese ser...
Pero sólo son reflejos.
No volverás jamás.
Te extraño.


Giuliana, dos mil cinco.

Está

Creo acercarme cada vez más.
Y no sólo yo.
Vos, vos y vos.
Estamos todos cada vez más cerca.
Ya nos quema.
Y nos carboniza.
A mí, a vos y a vos.
Estamos encima.
Lo pisamos, lo besamos, lo tragamos.
Duerme con nosotros, con cada uno por separado.
Nos hace estar solos, estar acompañados.
Nos hace ser felices, ser tristes.
Nos da vida y nos mata.
Muero yo por no verlo.
Y no sólo yo.
Vos, vos y vos.

Giuliana, sábado catorce de marzo de dos mil nueve.

Fragmento

(...) Porque el control social es macabro. Va comiendo las raíces sin que uno lo note, se instaura como un parásito en las mentes, en las personas y corroe todo lo que no se lleva con el orden impuesto. Ya no necesitamos policías; tenemos súper-yo. Y, cuando nuestro súper-yo no funciona correctamente, el de los demás sí. Y no tienen ningún recato a la hora de actuar. Y se me cayeron los ídolos. (...)

Giuliana, dos de marzo de dos mil nueve.

Ángel

Llora desconsoladamente. Es la primera vez que llora por sí. Es la primera vez que sufre por él mismo. Es la primera vez que siente compasión de sí mismo.
Siente dolor físico. También por primera vez.
Y quiere morir. Pero nunca podrá.
Y, a pesar de querer regresar al empíreo, sus alas estñan atascadas en un viejo roble. Y no puede volar.

Giuliana, seis de octubre de dos mil ocho.

Vacío

Donde ya no sopla el viento. Donde las palabras dejan de oirse. Donde los colores ya no se diferencian unos de otros. Donde no existen las risas. Donde caés infinitamente. Donde nadie puede ayudarte. Donde estás completamente solo. Donde no hay día ni noche. Donde no existe nada.
Es ahí donde querés estar.

Giuliana, doce de octubre de dos mil ocho.

Palabra

Balbuceás una palabra. Y creás sonido.
Repetís la palabra. Y das vida.
Aprendés la palabra. Y otorgás sentido.
Enseñás la palabra. Y fundás futuro.

Giuliana, doce de octubre de dos mil ocho.

Cadáver Exquisito 1

La ceniza cae. El humo se pierde.
La simpleza del tiempo quiebra el alma.
El Amanecer. Los colores también se caen.
La Luna es capaz de bailar en el aire.
Y Dios se olvida. Dios también se cae.
Tus ojos tienen destino de alegría.
El Universo... donde las estrellas caen.
Sospecho que en tus labios baila l alegría...
Las burbujas caen dentro del vaso... Y cae la noche.
En el jardín de mis sueños la flor que elegí;
y todo cae, como hojas del otoño.
Besarte no se puede explicar...
Y los besos también se caen.
Como nada.
Y se pierden.

Rodrigo y Giuliana, septiembre de dos mil ocho.

Obscuridad.

a Santi Herrera

Y por un simple desperfecto técnico se abre frente a mis ojos un mundo nuevo.
Al dejar de incandescer los hilos se transmuta lo que veíamos.

Y el reino de las posibilidades cobra sentido. Y ya no nos guía la Luz.
Es la Obscuridad la que a mi alrededor danza y la que me invita a ser yo.

Porque no pertenezco al día, al color, al Sol.
Porque aunque el astro me acaricie con sus extensos dedos y yo disfrute ese contacto no puedo entenderlo.

La Obscuridad es mi compañera y su mundo mi reino.
Me siento junto a ella horas completas, compartimos la mirada sin vernos.
Tan absoluta es que siquiera nos oímos, pero no me resulta necesario: Estar con Ella es estar conmigo.

Giuliana, noviembre de dos mil ocho.

Aquí.

Heme aquí como Poeta Muerto
Heme aquí como sombra de lo que fui
Olvida ya a esa persona feliz
Que he comenzado a vivir-sufrir-morir.

Giuliana, sábado siete de marzo de dos mil nueve.

El Comienzo

En el borde del abismo debo decidir si salto.
Los temores me atan al suelo como una enredadera que nace en el centro de la Tierra.
Intento despegar los pies del piso.
Hago fuerza y más fuerza y la unión se resiste.
Finalmente puedo. Ya no me ata nada.
Ahora puedo lanzarme.
Y no lo hago.

Giuliana, viernes seis de marzo de dos mil nueve.