Y se cortó la panza con la cuchilla de carnicero, corrió los órganos que no le interesaban y arrancó los metros y metros de intestinos de su cuerpo, dejándolos tirados por el piso. Cosió la panza sin llorar con hilo y una aguja muy gruesa. Se extrañó de no sentir alivio. Se miró al espejo y: estaba rota para siempre, estaba muriéndose y todavía seguía llena de mierda.
Giuliana, dieciocho de enero de dos mil once, como a las seis de la mañana. Maldito insomnio.
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