Sueño (IV).

Acostada en mi cama no quiero levantarme nunca jamás. Me retuerzo bajo todas las frazadas que encontré, sofocada, intentando asfixiarme. Las sábanas no quieren asesinarme, tampoco el colchón. Ruego que la muerte llegue pronto, pero en su lugar logro dormirme, después de cinco horas de suplicio, lágrimas, manos y dedos desesperados en el cuello, la boca, la nariz. Me duermo por fin y sueño con una niña de trenzas y fequillito que rie mientras dibuja corazones y princesas y hadas y castillos. Veo crecer a la niña, dejar de serlo, seguir siendo feliz. De repente es una viejita que lee un largo cuento sobre tierras lejanas a cinco niños que la escuchan con atención. Eso quiero. Dormirme hoy y despertarme nunca o en cincuenta años. Me despierto y pongo todas mis fuerzas en volver a dormir, quiero seguir soñando. Por favor, imploro al día, no empieces por favor, no tengo fuerzas para enfrentarte. El día empieza igual. Otra vez tengo que caminar arrastrando los pies y agachando la cabeza.

Giuliana, dieciocho de enero de dos mil diez.

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