Un ladrillo. Y el cemento junto a las lágrimas de nunca haber sido esperado. Otro ladrillo junto al dolor de la lealtad nunca recíproca. El tercer ladrillo fue acompañado de una gran cuota de decepción, bronca e incomprensión. Otro más, cambió la orientación. Deseos frustrados. Ladrillo. Promesas incumplidas. Ladrillo. Utopías cagadas. Ladrillo, cambio. Ser insultado y disminuído perversamente fingiendo inocente consejo. Octavo, dolor en el pecho. Noveno, piel quebrada. Con el décimo el cambio, junto al suspiro previo a cada uno de los intentos de suicidio. Once amor, doce odio.
Segunda tanda; uno de las risas, dos de los besos, tres de los abrazos. Cambio. Cuatro ese nos vemos, cinco que nunca más, seis que siguió esperando. Cambio. Diez de las sábanas sin lavar, once de las manos curtidas, doce del olor que no es. Tercera tanda, del olvido. Cuarta, de cuando ella no se fue. Quinta de cuando no volvió. Sexta, por ayer, séptima por hoy, octava por lo que hubiera sido mañana.
Novena tanda; uno dos y tres para el agua en la cara a la mañana, cuatro cinco y seis para purgar cada café, siete ocho y nueve para remediar, diez once y doce para decir basta. Décimo, lo recuerda, undécimo, aprende a olvidar, duodécimo y olvidó. Trece, catorce, quince tandas de rabia. Dieciséis, diecisiete, dieciocho tandas dulces o saladas. La diecinueve en PAZ.
Vigésima; uno que perdona dos que reconcilia tres que entiende cuatro que llora cinco que se seca las lágrimas seis que resigna el futuro siete que la ama ocho que no la olvida nueve que la dejó de buscar diez que no encontró nada más once que no quiso nada más.
El doce no lo puso. Estaba encerrado en un cubículo de setenta centrímetros por setenta centímetros y veinte filas de ladrillos de alto, y no quiso terminar la última fila, no quiso finiquitar. Suficiente MORIR, basta de PERFECCIÓN.
Giuliana, veintiocho de julio de dos mil nueve, camino a Cerro Colorado.