Sarna.

Una gota de sangre cayendo por la comisura de sus labios y un vapor helado emanando de sus entrañas. Carbón encendido en sus ojos y cenizas sobre sus mejillas.
Y un cómo estás y otro te quiero, y dejás de ver al demonio para ver a un ángel.
Escurridiza, mentirosa, cruel... y se refleja como presente, transparente y bondadosa...
Víbora venenosa, arpía endemoniada.
Quimera y esfinge, traicionera y engatusadora.

Giuliana, treinta de septiembre de dos mil nueve.

Sos II.

Te veo de costado,
de cabeza y de espaldas.
Te veo durmiendo,
comiendo y besando.
Te veo en sueños,
en realidad y también te imagino.
Te veo hermoso,
perfecto y delicado.
Te veo atemporal,
niño y anciano.
Te veo, sólo te veo a vos.

Giu, treinta de septiembre de dos mil nueve.

Sos.

Desde una sombra que atraviesa mis ojos cuando estás lejos,
hasta un latido en la garganta cuando puedo verte,
podés convertirte en aire y agua,
podés se tierra que me sostiene o vacío que me ahoga.
Podés hacerme volar como hacerme consumirme de dolor.
Podés matarme y resucitarme para volver a matarme infinitamente.
Podés ser mago y perro.
Podés ser nada.
Te pido que dejes de ser todo...
Y sólo seas vos.

Giu, veintinueve de septiembre de dos mil nueve.

Cadáver Barilochense.


No siempre son cosas importantes
pero la tristeza existe.
En ciertos momentos lo hace,
aunque también a ella la perdemos.
Perdemos esa tristeza
para adquirir una satisfacción química.
Vana, vacía, etérea y sin sentido.
Y así podemos dejar correr mejor el río.
Sintiendo cada gota de lo que fue en nuestra piel.
Usando esas gotas como lágrimas,
lápidas de sueños que nunca fueron.
Nunca fueron en realidad, pero
¿No es suficiente ser en sueño?
¿No alcanza con jugar a sonreir de verdad?
Siempre aferrándonos a un desgaste,
vagando en un mundo reinado por secuestradores del amor.
Amor que en realidad nunca ES,
sólo lo Soñamos.


Nicolás y Giuliana, dieciocho de septiembre de dos mil nueve, Bariloche.

Cabezón A.


Giuliana, ocho de septiembre de dos mil nueve.

Sangre.

Quiero saciarme por completo, quiero vomitar lo bebido, quiero hundirme en esa sangre, quiero ser parte de ella. Y mezclarme, mezclarme, fundirme, ya no diferenciarme.
Quiero ser parte de eso que eras, de eso que te hice dejar de ser.

Giuliana, veinticinco de septiembre de dos mil nueve.

Sumergidos.


El resplandor turquesa que los rayos del sol producen al atravesar el agua ilumina sus enamorados rostros. La mano de él presiona la espalda de ella, atrayéndola hacia sí. Flotan, no se hunden pero tampoco salen hacia la superficie. Aunque el agua está fría, muy fría, ambos sienten que su piel se quema al entrar en contacto con la del otro. Él siente cómo la mano de ella le acaricia la cintura y también lo empuja hacia sí.
Hacía tiempo que no se veían y fue maravilloso el reencuentro.
La última vez que habían estado juntos fue... ese día, el peor en sus jóvenes vidas.
Ella ya no recuerda la sangre fluyendo interminablemente por el torso desnudo de su amor y desparramándose en la arena dorada de esa playa. Y él tampoco recuerda haber visto cómo golpeaban y cortaban a su amada, cómo seis salvajes manos y tres duros corazones torturaban a quien ahora lo abrazaba.
Pero aunque ninguno recordaba nada de eso se preguntaban porqué podían respirar bajo el agua.
Giuliana, DOS MIL CINCO.

Tiempo.


Adriano y Giuliana, septiembre de dos mil ocho.

Cuatro Paredes

Un ladrillo. Y el cemento junto a las lágrimas de nunca haber sido esperado. Otro ladrillo junto al dolor de la lealtad nunca recíproca. El tercer ladrillo fue acompañado de una gran cuota de decepción, bronca e incomprensión. Otro más, cambió la orientación. Deseos frustrados. Ladrillo. Promesas incumplidas. Ladrillo. Utopías cagadas. Ladrillo, cambio. Ser insultado y disminuído perversamente fingiendo inocente consejo. Octavo, dolor en el pecho. Noveno, piel quebrada. Con el décimo el cambio, junto al suspiro previo a cada uno de los intentos de suicidio. Once amor, doce odio.
Segunda tanda; uno de las risas, dos de los besos, tres de los abrazos. Cambio. Cuatro ese nos vemos, cinco que nunca más, seis que siguió esperando. Cambio. Diez de las sábanas sin lavar, once de las manos curtidas, doce del olor que no es. Tercera tanda, del olvido. Cuarta, de cuando ella no se fue. Quinta de cuando no volvió. Sexta, por ayer, séptima por hoy, octava por lo que hubiera sido mañana.
Novena tanda; uno dos y tres para el agua en la cara a la mañana, cuatro cinco y seis para purgar cada café, siete ocho y nueve para remediar, diez once y doce para decir basta. Décimo, lo recuerda, undécimo, aprende a olvidar, duodécimo y olvidó. Trece, catorce, quince tandas de rabia. Dieciséis, diecisiete, dieciocho tandas dulces o saladas. La diecinueve en PAZ.
Vigésima; uno que perdona dos que reconcilia tres que entiende cuatro que llora cinco que se seca las lágrimas seis que resigna el futuro siete que la ama ocho que no la olvida nueve que la dejó de buscar diez que no encontró nada más once que no quiso nada más.
El doce no lo puso. Estaba encerrado en un cubículo de setenta centrímetros por setenta centímetros y veinte filas de ladrillos de alto, y no quiso terminar la última fila, no quiso finiquitar. Suficiente MORIR, basta de PERFECCIÓN.


Giuliana, veintiocho de julio de dos mil nueve, camino a Cerro Colorado.