El resplandor turquesa que los rayos del sol producen al atravesar el agua ilumina sus enamorados rostros. La mano de él presiona la espalda de ella, atrayéndola hacia sí. Flotan, no se hunden pero tampoco salen hacia la superficie. Aunque el agua está fría, muy fría, ambos sienten que su piel se quema al entrar en contacto con la del otro. Él siente cómo la mano de ella le acaricia la cintura y también lo empuja hacia sí.
Hacía tiempo que no se veían y fue maravilloso el reencuentro.
La última vez que habían estado juntos fue... ese día, el peor en sus jóvenes vidas.
Ella ya no recuerda la sangre fluyendo interminablemente por el torso desnudo de su amor y desparramándose en la arena dorada de esa playa. Y él tampoco recuerda haber visto cómo golpeaban y cortaban a su amada, cómo seis salvajes manos y tres duros corazones torturaban a quien ahora lo abrazaba.
Pero aunque ninguno recordaba nada de eso se preguntaban porqué podían respirar bajo el agua.
Giuliana, DOS MIL CINCO.
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