El cenicero (o el platito que puede hacer las veces de aquel) ya está lleno, rebalsa de colillas blancas, amarillas, marrones y de cenizas blancas, grises, negras. Ya no hay líquido en ningún envase (no podemos decir ni bebida ni botella porque a veces estos requisitos no se cumplen).
Y vos estás ahí, tirada en el suelo, rodando sin parar de reir, de repente comenzando a llorar (aún riendo) y mientras llorás escribís, chorreando la tinta de la pluma o plumín de turno, tachando las palabras o abollando las hojas, cortando en pedazos, mil, todo lo hecho y bañando los pedacitos en tinta como si fuera sangre y estuvieras bautizando de una extraña manera tu creación muerta.
Mejor si no hay nadie, para que no te malcomportes; para que no te empecines en bajar el status del/los otro/s, para que no te cierres y te tornes tan desagradable.
Leés, dibujás, escribís, llorás, todo sin verme, sin percibirme, te has olvidado por completo de mí, tan juntas que estábamos.
Caminás sin saber hacia dónde, con las narices en tu nuevo amor o en algún touch and go del momento. No mirás a la gente pero sin embargo intentás ser amable; ya no te sale.
Perdiste la comunicación, te encerrás cada vez más y más, me cuesta reconocerte en la piel, pero por debajo puedo verte como siempre. Sólo que, repito, vos ya no me ves.
Te tirás en una plaza y cambiás de idea, no querés ser vista y te trepás a un árbol. Entonces ves a los otros como hormigas y ellos no te ven y eso te hace sentir bien... Un sentimiento tan efímero que hasta enferma, muy estúpido.
Veo mejor que antes tus marcas, pero me están empezando a provocar mucho miedo, parece que se abren cada vez más y más y sangran, se acaba la sangre y supuran pus, y se infectan, no se ciatrizan ni cierran. Pero nadie te está lastimando todo el tiempo. Sos vos sola, vos y nadie más que vos, quien se encarga de mantenerte en carne viva.
Giuliana, diecisiete de abril de dos mil nueve.
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