Tres.

Y veo los colores mezclarsedesfilar dentro de la copa que sostengo entre mis dedos. La muevo suavemente, y los efectos rojosvioletasmorados se funden en el primer sorbo. Y fin al encanto. Vuelve a aparecer en mi mundo, vuelvo a verla. Fuerza para reentrar al ensueño, pero lo perdí. No, no lo perdí, él se perdío en mí.

Palabras. Una tras otra. Verborragia femenina que me ahoga, que me aplasta. Quejas, más.

Me pierdo, ahora sí yo, me pierdo en el palabrerío. No, no en eso, me pierdo en mí. Junto al ensueño.

Las palabras ya no me golpean. Danzan a mi alrederor. Se trasmutan y se mezclan entre ellas. No entiendo nada. No me importa nada.

Me encuentro con el ensueño. Estamos juntos, en mí, alejados del mundo.

Siguen las palabras. Se vuelven oscuras, pero con luz propia.

El ensueño y yo, y mi cuerpo que nos contiene, corremos. Corremos hacia el vidrio. Nuestro cuerpo lo rompe. Las palabras se llenan de espinas. Un grito que desgarraría a cualquiera. A nosotros no. Y los tres (cuerpo, ensueño y yo) volamos junto a miles de partículas de vidrio. De las espinas surgen rosas. Y justo antes de que nuestro transportecompañero cuerpo se haga puré de carne contra el pavimento, el ensueño y yo nos miramos cara a cara. Es un espejo.

Las rosas surgidas de las espinas lloran nuestra tumba. Pero en la lápida sólo hay un nombre. Y somos tres acá abajo. Cuerpopuré, ensueño y yo atrapados en él destruido.



Giuliana, noviembre de dos mil ocho y mayo de dos mil nueve.

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