Señores con Casco

Córdoba, 26 de febrero de 1979
No sé qué pasa. Hace una semana fui lloriqueando hacia mi mamá porque hacía media hora que debía haber empezado “el Capitán Piluso”, y yo no podía tomar la leche así. Mami me abrazó y consoló hasta que mi puchero cesó. De repente la cara de mamita se ensombreció. Me preguntó por la hora. Las seis, respondí; hacía unas semanas papá me había enseñado a leer el reloj de agujas. A mamá le tembló el labio. Hacía algunos meses, que ella estaba nerviosa todo el tiempo, al borde del llanto. Yo no entendí el porqué y mis papis no se esforzaron en explicármelo. Escuche a mi mami decir algunas cosas incoherentes para mí, como “lo encontraron”, “terminó todo” o “no puede ser”. Cuando le pregunté qué pasaba me respondió que papito se había demorado un ratito. Me pareció que ese ratito era medio largo, por la reacción de ma, así que fui a la heladera y me fije en el papel en el que papá me había dibujado los horarios de toda la familia con relojitos. Papá, ese día, tenía que regresar a las tres. Un ring a mi lado me sobresaltó. Era el teléfono, así que agarré el auricular y se lo llevé a mamá, que estaba tumbada en el sillón, con la cabeza entre los almohadones. Levantó la cara, al escuchar el teléfono y lo tomó sin pronunciar palabra. Escuchó lo que le decían del otro lado y en su rostro, que por cierto estaba rojo, se dibujó una hermosa sonrisa. “¡Estás bien!” Susurró y me ordenó que valla a mi habitación. Yo obedecí, pero cuando estuve allí tuve deseos de espiar a mamá por el otro teléfono. Primero pensé que eso era incorrecto, pero la curiosidad me venció. Fui sigilosamente a la habitación de papá y mamá y descolgué el teléfono, haciendo el menor sonido posible. Escuché casi toda la conversación, aunque entendí menos de la mitad de las palabras, cuando el reloj despertador de papá comenzó a sonar. Supongo que mis papás lo escucharon, porque mamá dijo que debía colgar y subió la escalera como una estampida. Con la cara pálida (el tono morado se le había ido) me preguntó si había estado escuchando. Tuve que decir la verdad, deseoso de encontrarme en cualquier otro lugar. Mami dijo algo de la decepción y me mandó a mi cuarto. Yo fui sin chistar, triste como nunca. Mamá no me había dicho jamás que la había decepcionado.
Hasta ahora pasaron los días, pero no tranquilos, sino cada vez peores. Papá está eximiado, o algo parecido. No puede venir a casa porque por su trabajo le pueden decir algo... es podítico, creo. Mamá no me deja ir más a la plaza ni a lo de mis amigos, dice que es peligroso. Recibe extrañas llamadas a cada hora, algunas la alegran, otras la deprimen. También llegan cartas. Mami no me deja leerlas. En realidad no me deja hacer nada. Que suerte que estamos en vacaciones, sino creo que ni al colegio me dejaría ir. Le tiene miedo a todo. Me advirtió de unos señores con cascos y sus autos Falcon verde platinado. Si veo cualquiera de estas dos cosas tengo que correr a refugiarme al ropero del baño. Si, por cualquier motivo, salgo a la vereda y un señor con casco me pregunta algo tengo que decirle lo menos posible y salir corriendo hacia casita. En casa ya no se ve más la tele, mami no quiere.
Son las tres de la madrugada. Estoy aburrido y no me puedo dormir... miro el techo... Suena el timbre. Mami se levanta rápido, se ve que ella tampoco dormía. Mira por la ventana y lanza un grito de horror. Las lágrimas se desprenden de sus ojos, que últimamente están acostumbrados a estas compañeras. Ella sube, veloz, y, susurrando, me pide que me esconda. Voy al armario del baño, me encierro. Ma baja y se esconde en la cocina. Espera. Se siente un golpe fuerte, precedido de muchos timbrazos. Escucho voces de hombre en mi casa. ¡Si mami no les abrió no pueden entrar! ¿Qué pasa? Escucho que insultan a mamá. “Puta, lo vas a terminar delatando, adelantá las cosas.” Mamá grita. Los señores que no se ocupan de sostener a mamá comienzan a revisar la casa. Yo veo todo esto porque salí de mi escondite y estoy espiando en la escalera. Un señor se me acerca, me ve. Me agarra de los pelos y me lleva con los otros. “A ver si así no hablás” le dicen a mami. Me pegan. Me duele mucho, pero no grito. Estoy muy triste. Mamá pide pidad, no sé qué es, pero no se la dan. Me golpean cada vez más fuerte. Mamá da un alarido y les dice dónde está papá. Ellos se ríen. Se escucha un disparo, mamá cae al piso. Escucho otro. No sé qué más pasó.


Nicolás y Giuliana, dos mil cinco.

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