Esto es para todos aquellos policías que andan dando vueltas, vigilando a todos, cuidando las apariencias. Todos aquellos que hacen las cosas bien, a quien no tenemos nada que reprocharles. Todos aquellos que cumplen debidamente con la ley, el gobierno y sus vecinos. Todos aquellos que no pueden ser felices en esas cajas en las que viven.
¿Para quién vigilan? ¿Reciben alguna recompensa después de hacer su trabajo? ¿Creen que cooperan con el orden?
Porque, al fin y al cabo no lo hacen para defender algo superior, una verdad, un ideal, una moral. Lo hacen para recibir aplausos (de nadie), para ser vistos como correctos (por nadie), para ser buenos ciudadanos (para nadie). Simplemente no toleran la felicidad ajena. No la pueden ver. Es asquerosa, vomitiva, incorrecta. Ser feliz parece ser amoral.
Y tan insoportable se les torna ver a otros felices que se esfuerzan y esfuerzan y logran encontrarle la vuelta al porqué esa felicidad va en contra de la moral. Y se esfuerzan y esfuerzan y, muchas veces, logran destruirla.
Perfecto, entonces nadie es feliz, todos somos iguales y todos podemos abocarnos a defender esa moral que no existe, en una sociedad que no lo es, para un dios invisible e imposible.
Los felicito.
Giuliana, veintiuno de marzo de dos mil nueve.
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